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sábado, 30 de abril de 2016

"Soñador y Tripa". Relato sobre ¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

(Foto del blog CrónicaVerde de 20minutos.es)

     Soñador y Tripa eran amigos desde pequeños. El primero tenía pensamientos acordes con su nombre, soñando con un medioambiente protegido, mientras que Tripa labraba la tierra, de mente corta y simple.
     Soñador tenía ideales ecologistas. Era conductor. Solía decirle a su amigo:
     –Yo siempre apoyaré la naturaleza, porque es primordial para el futuro del planeta y para luchar contra el cambio climático. Me he hecho miembro de la Ong medioambiental Quijotes por la Ecología.

     –Pues yo lo que quiero es agua y mucha lluvia para cultivar porque, con tantos planes de cuenca, está bajando el caudal que nos llega y se están secando los pozos, respondía el agricultor.
     Tripa heredó de sus padres unas tierras de una zona montañosa de la estepa albaceteña. Le dijo a Soñador: “No me dan para comer ni sirven para nada. Sólo subsisto de la producción de cebollas en la tierra de riego que tengo. Me da para vivir muy justo”.
     El ecologista se mantenía muy delgado, elegante, de tez blanquecina, muy hablador y siempre dando consejos: “Hay que mantener todas las especies de árboles, hierbas y arbustos silvestres y proteger las aves, sobre todo las que están en peligro de extinción. Ahora tengo 3 canarios y 3 palomas más en casa”.
     –Tengo que adelgazar. La barriga ya no deja ponerme los pantalones. Me veo como una bola por lo bajito que soy. Parezco un negro de tan moreno que me pone el sol con la azada en la mano, rumiaba Tripa mientras oía a su amigo activista.
     Pasaban los años y seguían solteros. Una amistad que no se rompía con los años. Los tiempos cambiaron, los gobiernos tomaron conciencia del cambio climático, del efecto invernadero y de la lluvia ácida. Las empresas fueron abandonando las centrales térmicas que producían los gases que provocaban los efectos anteriores. Y empezaron a apoyar las energías renovables.
     –Me acaban de hacer una oferta por la montaña que heredé, le comentó un día Tripa a su amigo el conductor.
     –¿Y qué te dan por aquella montaña?, preguntó el defensor de las aves.
     –No me la compran. Me pagan un alquiler para 25 años. Cada mes mientras dure el contrato. Luego ya veremos, le dijo a su expectante amigo, que preguntó:
     –¿Y para qué te lo alquilan?
     –Para instalar molinos de viento. Tienen un soporte alto, con unas aspas arriba que se mueven por el viento, haciendo girar un alternador que produce electricidad, trató de explicar el gordo y bajo agricultor. 
     Esto dejó boquiabierto y excitado a Soñador, que conocía todos los inconvenientes que tenían estas instalaciones, según sus compañeros ecologistas y defensores de la fauna. Le espetó:
     –Pero, ¿Estás loco? ¿Qué piensas hacer? ¡No habrás firmado! ¿Tú no sabes que estos molinos de viento se llaman aerogeneradores y que sus aspas contaminan? ¡Por las agresiones meteorológicas, las aspas en servicio quedan inutilizadas. Hay que retirarlas, almacenarlas y reciclarlas, al estar hechas de fibra de vidrio y resinas cancerígenas! Empezaba a gritar.
     –Pero me han dicho que ¡Es la energía más limpia que hay!, para disminuir el uso del petróleo y así ayudar a prevenir lo del aumento de la temperatura ambiente, ya más excitado Tripa, que veía que le estropeaban el negocio de su vida. Prosiguió gritándole el ecologista muy exaltado:
     –¡Además, hay que realizar estudios de impacto ambiental para evitar que perjudiquen a las aves migratorias o al paisaje! ¡Muchas de las aves, que chocan durante el vuelo con las palas de los molinos, mueren! ¿Comprendes?
     –¡Pero los coches podrán ser eléctricos, desaparecerán las centrales térmicas y no se contaminará!..., le contestó muy exasperado el menos entendido. Iban a solucionarle la vida.
     Aquí terminó la única discusión que habían tenido los dos amigos en toda su existencia. Dejaron de hablarse y Soñador empezó a no poder dormir por la noche, al no saber cómo parar la instalación de semejante bosque de aerogeneradores. Nada más que ciento cincuenta, con soportes entre 30 y 50 metros, y palas entre 15 y 30 metros, de más de una tonelada. Tripa plasmó su firma en el contrato, comenzando a preparar el terreno del parque eólico.
     Soñador estaba desquiciado por el atentado ecológico que, según él, se iba a producir. Empezó a tomar medicación para los nervios y contra el insomnio, por lo perturbado que estaba. No se calmaba. Cogió la baja y su mente sólo pensaba en las cigüeñas, águilas y buitres leonados que iban a morir. Su grado de enloquecimiento en las próximas visitas alarmó al médico. Lo mandó al psiquiatra, que continuó con psicotrópicos más duros, por la mayor adicción o dependencia que provocaban, y que cambiaban la percepción, el estado de ánimo, el comportamiento y la conciencia.

     El activista medioambiental, con un grado de desconcierto palpable, observó un día que empezaban a llegar camiones al parque, que transportaban los soportes y las palas, lo que le ofuscó todavía más. En los días siguientes, cuando ya habían instalado el primer aerogenerador, apareció un camión de grandes dimensiones que subía hacia el parque en la montaña. Los operarios habían terminado la jornada. Era de noche. Conducía el quijote Soñador. Había cogido el camión-cisterna de su empresa, yendo a la máxima velocidad que podía, ascendiendo la carretera con las marchas cortas. 


     Una vez arriba, viendo que había distancia, se encaró con el morro del camión hacia el soporte del aerogenerador. Puso las largas y cogió la máxima velocidad que le permitió aquel tráiler. Cuando chocó con el soporte, se oyó un fuerte estruendo, volcando el aerogenerador, un apagado de las luces del vehículo, una explosión y el incendio del tráiler que iba cargado con gas inflamable. Con los ojos excitados por el espectáculo, aún pudo bajar y huir camino abajo… 


     Todas las investigaciones posteriores apuntaron hacia él, que aún se encuentra en un centro psiquiátrico, aislado en una habitación, combinando psicoterapia, grupos de apoyo e incluso el uso de otras sustancias psicoactivas.


(Relato de 988 palabras. Juan-Ramón Moscad. @jmoscad. #MolinosQuijote. @zendalibros)

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